La raíz de todo sufrimiento radica en una simple confusión. Creemos que somos un individuo separado del resto del universo. Confundimos un fenómeno transitorio con la eternidad en la cual se manifiesta y creemos que dicho fenómeno transitorio es lo que somos. Como si una ola dijera “Yo soy el océano”.
Nos dedicamos a tratar de preservar este Yo aparente y transitorio. Tratamos de protegerlo de todos los demás fenómenos aparentes y transitorios, que se nos antojan hostiles y agresivos, empeñados en hacernos desaparecer. Cuando en realidad la desaparición de ese Yo aparente es inevitable. Como la ola inevitablemente desaparece en el océano.
A todo esto, simultáneamente, nos damos cuenta de lo estúpidamente ridícula de la situación y empezamos a buscarle sentido y explicar lo que nos está pasando. Inventamos un Dios, porque alguien tiene que haber creado este desastre, pero este dios no llega a darle sentido a nada, más bien complica la situación.
Entonces inventamos la ciencia y hacemos que busque respuestas. Lamentablemente la búsqueda científica de respuestas lo que consigue es crear más preguntas, y solo consigue complicar más la situación.
Así que inventamos la filosofía y creemos que el pensar con mucha fuerza y persistencia nos dará la respuesta que buscamos, aunque solo conseguimos dar vueltas en círculos.
Cansados y frustrados empezamos a oír una tenue voz dentro de nosotros, que nos dice que las cosas no son lo que aparentan, que hay algo más de lo que creemos que somos. Así que nos lanzamos a agregarle a ese yo aparente, compuesto de cuerpo y mente, un tercer componente que llamamos espíritu y que complementa perfectamente a nuestro individuo separado. Como no sabemos cómo comunicarnos con nuestro espíritu, lo hacemos a través del cuerpo y de la mente. Hacemos dietas, yoga, leemos muchos libros espirituales, vamos a reuniones, discutimos y lo único que conseguimos es sentirnos superiores a los otros individuos que no son “Espirituales”. Y el sufrimiento lo único que ha hecho es aumentar hasta niveles insoportables.
Si te encuentras en esta situación, es hora que te des cuenta que todo esto proviene de una simple confusión, que no somos lo que creemos que somos. Es el momento de preguntarse ¿Quién soy en realidad?
Luis de Santiago, 10 de septiembre de 2014