LUIS DE SANTIAGO

HISTORIA DE COMO RAMANA Y ROBERT ADAMS ME ENCONTRARON

Recuerdo un momento, yo debía tener 12 años y estaba leyendo una enciclopedia (lo sé… yo era un niño muy raro). De repente tuve la impresión de que el mundo en el que estaba viviendo y acerca del cual estaba leyendo no era real, sino algo creado por mi mente. No fue un pensamiento, fue una profunda sensación dentro de mi cuerpo. Me asusté mucho y trate de desestimar esa percepción, pensando que algo malo me estaba pasando. La sensación se disipó pero mi vida había cambiado.

A los 18 años y después de un par de años involucrado en política, estaba muy descontento y empecé a buscar formas de entender el mundo, en vez de tratar de cambiarlo. En aquel momento yo vivía en Caracas. Un amigo me habló de una casa, cerca de mi escuela, donde se estaba empezando a formar un grupo. Había actividades interesantes: teatro, fotografía, serigrafía, etc. Y lo más importante para mí en ese momento… chicas lindas.

Este grupo, llamado «Síntesis» tenía como líder a un señor de más edad que se rumoreaba había estado en la India. Él a veces hablaba de un santo llamado Ramana Maharshi. Un día un libro sobre Ramana cayó en mis manos. No recuerdo el nombre del libro, pero leyendo su complicada prosa, tuve la impresión de que Ramana me estaba hablando de aquella percepción que tuve a los 12 años.

Varios meses después descubrí que aquel hombre mayor, el líder del grupo, practicaba sexo con las jovencitas del grupo, como una especie de ritual de iniciación. Una de sus víctimas fue una niña de 14 años de la cual yo estaba loca y platónicamente enamorado. Me enfade mucho, deje el grupo y desestimé todo lo que había aprendido en esos meses como un fraude, incluyendo las enseñanzas de Ramana.

Pasaron varios años en los que estuve concentrado en aprender mi profesión y comenzar mi carrera. Soy cineasta y fotógrafo. Viví en Inglaterra, Suecia, España y finalmente termine en California. Casado, después divorciado, con dos estupendos hijos y al frente de una exitosa productora de cine que me proporcionaba una vida de abundancia. Pero, dentro de mí, aquella percepción que tuve a los 12 años empezaba a agitarse y amenazaba con cambiar mi vida de nuevo.

En 1992 estaba involucrado en un romance con una bella actriz y modelo que practicaba lo que se llama el «Método Sedona». Me empezó a interesar cuando me enteré que el creador del «Método Sedona», Lester Levenson, basaba sus enseñanzas en las de Ramana.. Aquí estamos otra vez!… Ramana está llamando a mi puerta. Me integré en el grupo, iba a seminarios, retiros y todas las actividades con la esperanza de conocer a ese Lester Levenson, considerado como una persona «realizada» (Jnani). Y no sabía lo que era una persona «Realizada», pero sentía que conocerlo era algo importante. La salud de Lester iba menguando, prácticamente no salía de su casa en Phoenix (Arizona) y nunca se acercó a Sedona, así que nunca, para mi frustración, llegué a conocerlo.

En 1994 Lester muere y es enterrado en una humilde tumba sin marcar en los terrenos del «Instituto Sedona». Yo estaba muy frustrado, el «Método Sedona» me estaba ayudando pero yo quería más y creía que conocer a Lester era la clave. Ahora ya no estaba, el único Jnani del que yo tenía noticias se había ido y mi frustración iba en aumento. Un día, no recuerdo cómo, me encontré conduciendo mi coche hacia Sedona, llegué al Instituto Sedona y me dirigí a la tumba de Lester, un pequeño montículo de tierra en medio del desierto. En un tono de voz que no dejaba duda de mi cabreo le increpé diciendo: «Tú me metiste en esta búsqueda y ahora no me vas a dejar, te exijo que hagas algo.» No sucedió nada, así que me monte en mi coche y me dirigí de vuelta a Los Ángeles, con un inmenso enfado.

Dos semanas después, mientras trabajaba en mi oficina, recibo una extraña llamada. Una señora, que me conocía de los seminarios en Sedona, llamaba para preguntarme la dirección de mi Gurú Robert Adams. Le expliqué que yo no tenía ningún Gurú y no sabía quién era Robert Adams. Ella me insistía que alguien le había dicho que Robert era mi Gurú y que quería su dirección y teléfono. Finalmente la convencí de que no tenía idea quién era Robert, le pedí excusas por el malentendido y cuando iba a colgar el teléfono se me ocurrió decirle: Sigue buscándolo y cuando lo encuentres por favor llámame. Yo también quiero conocerlo.

Dos o tres días después me llamó con la dirección del sitio donde Robert daba Satsang cada jueves y domingo. El domingo siguiente estaba yo allí, sin saber lo que era Satsang o qué esperar de eso. Así fue como Robert me encontró. De la señora… nunca volví a tener noticias de ella.

Para mí sorpresa el sitio estaba a 15 minutos de mi casa en el Valle de San Fernando. ¡Qué conveniente! Llegué a la casa y me senté en el suelo rodeado de unos 25 devotos, escuchando una preciosa música (después supe que Robert amaba la música). Después de un rato en silencio Robert comenzó a hablar, pero yo no podía entender nada de lo que decía. Yo estaba muy relajado y, a pesar de no entender nada, no me sentía decepcionado en absoluto. Después de unos 20 minutos de charla, llegó el momento para que la gente hiciera preguntas, Robert contestaba pero yo seguía sin entender, todo el mundo a mi alrededor reía y disfrutaba, después compartimos comida, que algunos de los devotos habían traído. Todos parecían conocerse y yo me sentía aceptado, incluso creo que Robert me miró un par de veces. Cuando el Satsang terminó me levanté del suelo pero me quedé en el mismo sitio, Robert salió del baño y caminó directo hacia mí, me miró un largo rato, con sus preciosos ojos azules, después me abrazó y se dirigió hacia la puerta rodeado de gente que le despedía.

Fue una experiencia muy placentera pero no sucedió nada fuera de lo ordinario, excepto por el hecho de que se hubiera fijado en mí. Seguí mi vida normalmente por los siguientes dos o tres días. Hasta que, estando en casa de mi novia, viendo un partido de campeonato del mundo de fútbol, de pronto una oleada de felicidad se apoderó de mí. Nunca había sentido tal éxtasis y felicidad y lo extraño era que se producía sin ningún motivo. Venía de dentro de mí y no me lo había producido ningún evento o placer.

Puro, absoluto gozo sin ninguna causa se estaba apoderando de mí y se sentía normal y natural. Desde ese momento empecé a ir a Satsang cada jueves y domingo, la presencia de Robert -sus emanaciones como lo llamaba Ed Muzica- se transfería a mi vida diaria. Seguía un poco preocupado por no poder entender lo que Robert nos decía, así que, al final de un Satsang, me arrodille frente a él y le dije -Robert, no puedo entender nada de lo que dices- Me miró y con una amorosa sonrisa me dijo -Bieeeeen- mi preocupación desapareció por completo y simplemente me sentaba a sus pies, en silencio, hasta que se marchó a Sedona en 1996. Lo vi por última vez cuando fue a Los Ángeles a hacerse una prótesis dental. Hubo Satsang en una casa distinta, al terminar vino hacia mí, puso su dedo en mi corazón y me dijo -Nunca te abandonaré- En ese momento supe que no volvería a verlo. La foto que incluyo es de ese día, Robert estaba muy orgulloso de sus nuevos dientes.

Luis de Santiago

MI EXPERIENCIA

Siempre me ha parecido que, el que los seres realizados describan en detalle cómo fue su realización, no sirve de mucho, incluso puede que sea perjudicial. La mente crea expectativas y trata de reproducir las experiencias, los fenómenos que ocurren, para engañar… para enredar. En mi caso fue tal la naturaleza de mi experiencia definitiva que dudo que nadie quiera reproducirla.

En 1996 Robert Adams me tenía cocinado, muy bien cocinado. Pero voluntariamente decidí no dar, lo que podíamos llamar, “El paso final” en ese momento. Porque y como forman parte de otra historia, que contaré en su momento.

En el año 2010 a mi esposa Bibiana le diagnostican dos tumores cerebrales inoperables y una expectancia de vida de unos pocos meses. Después de cinco años batallando contra un cáncer de mama, de repente tiene un desmayo en su trabajo y es trasladada en ambulancia a la clínica, donde yo ya estaba esperándola. Un par de horas después el médico me llama aparte, para mostrarme los resultados del TAC.

Yo pensaba que esas cosas sólo ocurrían en las películas, pero la pesadilla le estaba ocurriendo a mi personaje. Lo que sería la peor época de mi vida había comenzado teniéndole que decir a Bibiana, esa misma tarde, que su vida se estaba terminando.

Después de un mes hospitalizada bajo cuidados paliativos, y aparentemente restablecida, la dieron de alta y los médicos me dijeron que no me preocupara, que cuando las cosas empezaran a pasar, volviéramos al hospital y ellos se encargarían de todo. Al llegar a casa, Bibiana y yo decidimos que no volveríamos a un hospital, que lo que tenía que pasar pasaría en nuestra casa y lo pasaríamos juntos, que yo la cuidaría.

Para evitar el drama, ya que esta historia no es acerca de eso, os adelanto el desenlace. Después de 6 meses aparentemente tranquilos, Bibiana trabajaba y disfrutaba de la vida con ciertas limitaciones. Íbamos a terapias alternativas y manteníamos un hilito de esperanza, confiábamos en un milagro. En Agosto toda esperanza se vino abajo, en cuestión de pocos días el deterioro comenzó con una rapidez inusitada, cogiéndonos por sorpresa. Recuerdo una tarde en que Bibiana me cogió de la mano, me miró con pánico en los ojos y me dijo “Luis, me estoy muriendo”.

Todo sucedió como era de esperar, su deterioro constante y el aumento de su dependencia en mí. En los días finales estaba ciega y no podía hablar, aunque podía oír todas las palabras de amor que le decía, lo sé porque la calmaban. Nunca le hizo falta morfina, ni sedantes fuertes. Estaba lúcida. Así que el 7 de Diciembre de 2011 cogí su linda cabecita en mis manos y le susurre al oído: “Bibiana, mi amor, deja de luchar, no vale la pena, yo voy a estar bien y Dios te está esperando” Entendió perfectamente que había llegado el momento de dejarse ir. Pero esta historia comienza de verdad en el momento en que Bibiana me dijo “Luis, me estoy muriendo”. Algo pasó dentro de mí, muy dentro de mí y pedí, pedí como nunca había pedido. No quería llegar a esa etapa en mi vida creyendo que “Yo” iba a morir. Pedí a mi ser que no me dejara en la ignorancia. Pedí a Robert Adams que me ayudara. Con una fuerza que me sorprendió, pedí a lo que fuera que no me dejara morir con miedo.

Y, como cuando pedí conocer a mi maestro en la tumba de Lester Levenson, la respuesta no se hizo esperar. El dolor de ver a Bibiana muriéndose aumentó hasta tal punto… Los pensamientos sobre lo que debía haber hecho para ayudarla y los pensamientos acerca de su irremediable muerte y del futuro sin ella aumentaron hasta tal punto. El sufrimiento de mi ego llegó hasta un punto en que no podía sufrir más. Había llegado a mi límite. Y el fusible salto. Mi mente ya no funcionaba, mi ego estalló en mil pedazos.

Empecé a vivir en presente, segundo a segundo. No había pensamientos y al no haber pensamientos no había sufrimiento. Pero eso no fue todo, las situaciones tenían una belleza inusitada. Todo lo que me había parecido terrible, injusto, anormal unos días antes, se me antojaba preciosamente natural y fácil, perfecto. Bibiana y yo nos reíamos, nos amábamos, yo disfrutaba de cada segundo, la miraba y la veía tan bella, tan linda. Cambiarle los pañales, ayudar a la enfermera a asearla, darle de comer, lo hacía todo con una entrega, con un amor tan profundo, como nunca había sentido.

Yo no tenía idea de lo que estaba pasando, pensé que me había vuelto loco, que había perdido el norte. Pero no quería cambiar nada. Empecé a vivir una doble vida, frente a los familiares y amigos actuaba como el Luis de siempre, no quería que se dieran cuenta lo loco que estaba.

Había momentos en el día, cuando Bibiana dormía, que me sentaba en silencio en mi despacho y me entregaba a eso que no entendía. Desaparecía en un vació preñado de paz, me entregaba total y completamente. En un principio tuve miedo de desaparecer definitivamente y dejar sola a Bibiana. Pero me fui dando cuenta que este vacío era sabio y volvía a crear a Luis en el momento adecuado. Luis aparecía segundos antes de que Bibiana me llamara con su campanita, Luis volvía a estar presente justo antes que la enfermera llegara. Así que con esa confianza, me entregaba al vacio, desaparecía Luis y solo quedaba conciencia pura, percatación sin objeto, sin parámetros, sin conceptos, paz sin límites.

Después de los funerales tocaba ver que quedaba de todo aquello, ¿Desaparecería esa maravillosa locura? ¿Qué quedaría de aquella experiencia? Sorprendentemente la paz y la imperturbabilidad se mantuvieron igual. La sensación de vivir en un sueño, la liviandad que le daba a mi vida esa sensación, más bien esa certeza, de que todo lo que ocurría no era real, se mantuvo inmutable.

Y de forma curiosa apareció un personaje que hacía meses lo daba por perdido. Mi ego, Luis el personaje, trató de reclamar el terreno perdido. Intentó embaucarme de nuevo. Aprovecharse de la situación. Me decía: “Ya lo has conseguido, te has realizado, eres uno de los grandes, uno entre los pocos”. Me decía: “Tienes que salir al mundo, que todos vean lo que has conseguido, empezar a enseñar, eres un maestro”. Pero mi ego era tan ridículamente falso, tan desesperadamente inoperativo, que me causaba risa. Era tan divertido verlo tratar, me bombardeaba con conceptos sobre mis hijos, mi carrera, el futuro… todas esas cosas que antes le habían funcionado ya no tenían sustancia, ya no me engañaban.

Me mantuve tranquilo, dispuesto a aceptar que todo podía ser un espejismo y desaparecer de la noche a la mañana, abierto, sin deseos, entregado y en silencio. No hablé con nadie, ni siquiera con mis amigos realizados, no sentí ninguna necesidad de contar lo que estaba pasando, ¿a quién se lo iba a contar si todo era “Yo”? Pasaba el tiempo, años, y la imperturbabilidad seguía. Vivía como siempre, hacía lo mismo, incluso a veces forzaba situaciones para testar, para probar los límites. Pero la paz seguía inmutable, invitándome a la entrega total, sin esfuerzo, con total confianza.

Luis de Santiago